Los romanos, a su vez, fueron desplazados por los bárbaros y con el
cristianismo el primero pasó a ser la iglesia
de San Martín (Marte, aquel que repartió su capa con un pobre desnudo,
un centurión converso, llegó a ser santo con el nombre de Martín), y el
segundo, de Silvia (bosque), la de San Lorenzo.
La Silva aparece citada por primera vez en 1203 en un documento
existente en el Archivo de la diócesis de Astorga, en el que se
relaciona a esta localidad con el monasterio de San Juan de Montes.
"San Juan es una iglesia solitaria en jugoso valle, junto a la antigua
calzada romana que desciende desde el Alto de Braña hacia el Bierzo. Su
nombre primitivo era el de San Martín de Montes, a él pertenecen las
localidades de Monasteriolo y La Silva (Gómez Moreno, Catálogo
Monumental de la Provincia de León).
Y en la Guía de la Diócesis de Astorga de A. Quintana:
"En la Navidad del año citado se celebró un Capítulo en Zamora para
solucionar el problema del ingreso de la Comunidad en la Orden
Hospitalaria de San Juan. Asistieron, entre otros: don Alfonso, Maestre
de dicha Orden,
don García Remigio, Comendador en los reinos de León, Castilla y
Portugal, y don Gonzalo, bailío del Bierzo,
en el que se acordó formar una comisión para negociar con el Cabildo y
el Obispado de Astorga. Tras porfiadas discusiones, se decide que el
Monasterio de San Juan con tres cuartos de sus posesiones quedase en
poder de la Orden del Hospital, el otro cuarto, del que se exceptúan las
tierras de labor, un molino, una viña y una era de La Silva pasaría a la
iglesia astorgana".
"En nemoroso lugar..." Y en el primero de los Pergaminos de Miravalles,
a pesar de su mal estado, se puede leer: "En nemoroso lugar, en el
territorio beri-cense (berciano), en la orilla del ríbido (río)
discurrente Silvanus, al lado
del Camino que lleva a Campo Estelae (Compostela), se yergue la fábrica
de admirable grandeza de la iglesia
que bajo la advocación de San Martín es lugar de oración, penitencia,
trabajo y a la vez faro de caminantes. Contiguo a ella hállase nuestro
Monasterio, cenobio de monjes: unos a la azada y otros a la oración.
Está
edificado con muros de piedra descargados por estribos y cubierto con
groseras lanchas de pizarra. En la planta
baja se encuentran: la Sala del Capítulo, que también hace las veces de
refectorio (comedor) y la cocina,
separada de éste por un tabique materato (de madera), y en la superior
están: la apoteca (botica), las canónicas (celdas) del Abad don Pimolus,
del Prepósito Pe-trus y de Santiago, el Cillero (encargado de la
despensa), y la regula (dormitorio corrido) de los ocho monjes
regulares.
De otro lado del Camino; en Las Cortinas (las huertas), hállase la Casa
del Hospital y del Hospicio. Está edificada con mapues-tos y techada por
colmo e ge-niestas (cuelmo y escobas), sólo tiene una planta dividida en
cuatro salas separadas por tabiques cañizares de bimbrias y barro, en
las que además de los enfermos y los siete niños pilongos que la
Comunidad acoge por caridad, descansan los romeros.
Aparte están: las zahúrdas en las que hozan y gruñen unos cuantos
cerdos, las cuadras, el cortil y el pa lomar
bien poblados; el lagar, con su viga y agujas de la celia vinaria
(bodega), en la que hay cupas (cubas) de hasta nueve palmos de altura;
el horno de cocer el pan y el almacén de bastimentos, en cuyo terrado se
almacenan: orzas con aceite de oliva de Salamanca y de linaza de
Benevívere, tinajas con manteca y miel, folies cabrunos (pellejos de
vino), cuévanos (cestos) con legumbres y nabos; banastas con nueces,
higos secos y castañas calamustias; taregos (vasijas para conservas) con
truchas y anguilas in acetum (en vinagre); muelos de trigo, centeno y
cebada; quesos en los estantes y an-dollas, espinazos, pemiles...
colgados de las camberas (tablas
con ganchos). En cobertizos alejados están las cubas de agua para la
balnea (el baño) y las trísti-gas (letrinas).
Al Monasterio pertenecen: llamas, chopadas, omerales, conchales,
maxuelos, bagos, yugadas, eras, molinos, colmenares, figuerales...
ganados...". "Viven a su sombra..." La mayoría de los habitantes de La
Silva viven sub umbráculo suo (a su sombra) y están bajo gobernación de
servidumbre de éste; otros que por merecimiento
propio han recibido terrenos de labor en provecho propio o prestimonio,
pagan tributo: "luz en el altar, vino y
carnes en el almacén"; los júniores, que tienen tierras alquiladas y los
ingenuos (libres), que poseen sus propios fundos (terrenos) y ganados).
En la actualidad La Silva es una pequeña localidad situada aguas arriba
del Monasterio, en las riberas de la rivera del mismo nombre y en las
escarpadas laderas del estrecho vallecillo por el que discurre: vallejo
cuyo abesedo (donde no da el sol en invierno), sigue cubierto por una
selva de robles, nogales, castaños y monte bajo y la solana, por
sardonas; es tranquila, apacible, nemorosa.
Sus habitantes vivieron de la agricultura y la ganadería hasta que se
construyó el tramo del ferrocarril que salva el Puerto del Manzanal,
1864-1881, en cuyas obras, muchos de ellos, cortando robles para hacer
traviesas o trabajando en la excavación de la trinchera y el Túnel del
Lazo, pudieron ganar "unas perras".
La leyenda del túnel aún perdura en la memoria de sus gentes: "Un pastor
del pueblo, haciendo una lazada con
un puñado de hierbas secas les proporcionó a los ingenieros la solución
del difícil problema que tenían: salvar el considerable desnivel del
Puerto".
Más tarde con la emigración: algunos se fueron a "hacer las américas",
el pueblo quedó casi vacío hasta que gracias a unos pocos empresarios
emprendedores (Noriega, los Calvo...) con la explotación de las minas de
antracita crearon unos cuantos puestos de trabajo. Al principio bajaban
el mineral en carros hasta Torre del Bierzo, posteriormente construyeron
sus propios lavaderos en El Apartadero del ferrocarril, cerca del Túnel
y transportaron
el carbón hasta ellos, mediante baldes.
"... y le dieron vida" Atraídos por los buenos sueldos, gallegos,
portugueses y asturianos se asentaron en el
pueblo y le dieron vida. Tanto auge tuvo que, además de la panadería de
Mercedes, y la tienda-cantina de Sara, hubo seis bares: la familiar y
entrañable bodega de la inolvidable Olvido, el de Bautista el Cantero,
el Baltasar,
el del sin par Barbeito, la cantina de la Venta, a la orilla de la
antigua N-VI, donde paraba el autobús de Fernández... En el barrio del
Pimpín, a pesar de estar tan poblado no hubo ninguno,
pero a cambio tenían una generosa fuente.
Después de la emigración a Francia, Alemania y posteriormente tras la
reconversión minera, ha ido a menos y
hoy solamente queda El Lozano, cuya terraza, asombrada por una magnífica
parra, es lugar tranquilo para el descanso y las tertulias... y, si se
tercia, para merendar.
En lo que antaño fuera La Bolera aún resuenan en el recuerdo las voces
de los jugadores: ¡cuatro, siete, catorce... va de prueba!, rebotando en
las frondas de las soberbias nogalas han construido una hermosa
plazoleta: el Bailadero.
A La Silva, el día de San Lorenzo (10 de agosto), año tras año vuelven
sus hijos: los de la diáspora y los que
están ofrecidos, como las golondrinas, para pasar unos días en familia,
amistad y, sobre todo, para compartir recuerdos.
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