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La Lomba de Campestredo
 

"Diario de León"

Autor: Enrique Alonso Pérez


La política administrativa y judicial del territorio omañés, ha presentado diversas jurisdicciones a lo largo de la historia que llegan a nuestro conocimiento a través
de antiguas escrituras de compra-venta, o por medio de donaciones a monasterios
de la zona, privilegios reales y Juras de Heredad entre la nobleza. Como divisiones,
con entidad jurídica propia, aparecen en la Edad Media los concejos de Los Travesales, Paredes, La Lomba de Campestredo, Omaña y Villamor de Riello.

 

 

 

 

Los Travesales y Paredes tan sólo llegaron a los albores del siglo XVI, pues fueron absorbidas,
en parte, por el nuevo Concejo de Los Cilleros, nacido del mayorazgo que, bajo el mismo nombre amparaba el Duque de Uceda.
Otra parte quedó integrada en el Concejo de Omaña, desde el que se coordinaba, en cierto modo, todo el territorio omañés en sus periódicas reuniones concejiles, con el resto de las demarcaciones, a la par del puente
de Aguasmestas, que comunicaba el gran valle central de La Omaña con la tierra que mejor ha sabido guardar unitariamente las esencias de este singular rincón de la montaña: El Valle Gordo.
Pues bien, hoy que toda La Omaña ha sido concentrada administrativamente en los municipios de Riello y
Murias de Paredes, conserva sin embargo las peculiaridades que distinguieron aquellas células más afines entre ellas, por razones de proximidad, aislamiento del resto del conjunto y la obligada endogamia que caracterizaba
 las relaciones de pareja. Hoy queremos sacar del anonimato, casi genera, a un enclave que se ha ido minimizando, como la gran mayoría de nuestro poblamiento rural: las tierras de La Lomba, tradicionalmente compuestas por los pueblos de Campo de La Lomba, Castro, Folloso, Santibáñez y Rosales, si bien administrativamente tuvieron adscritos a su municipio los pueblos de Inicio y Andarraso.


Al hilo de la historia

No es fácil adentrarse en La Lomba sin una referencia puntual que oriente a los curiosos visitantes primerizos en
la ruta a seguir para poder disfrutar del ameno recorrido sin necesidad de doblar la ruta. Desde Riello, la
capital municipal con más entidades locales de toda la provincia —pues tiene la friolera de 39 pueblos— sale
una carreterita que muere en El Castillo, al lado de Vegarienza. Sus muchas curvas y riesgo de patinaje en
tiempo de heladas, aconsejan prudencia a los conductores, máxime cuando para recorrer unos doce kilómetros hay que subir desde los 1.050 metros de Riello hasta los 1.320 de Rosales, para bajar nuevamente a los 1109
de Vegarienza.
Son pueblos muy holladeros, y aún conservan ese regusto que nosotros valoramos como esencias leonesas, de mantener en boca de sus mayores —pues los pequeños sólo vienen en vacaciones— el peculiar decir fermoso,
que contaba nuestro recordado Florentino Agustín Diez: «Chacha, con cachelos, el llosco y la fugaza ya puedes
criar güenas fuerzas para atar las gaviellas, lliuvar el cuelmo, atar mañizos y cargar con una quilma de media carga...»
Después están las leyendas, esas deliciosas reliquias que son un verdadero monumento a la ingenuidad, y que
a pesar de su claro anacronismo, adobado con no poca fantasía, fueron durante siglos el tema central de los filandones invernales.
El extenso y rico repertorio legendario de La Omaña, cobra tintes diferenciales en este simpático y recoleto rincón de La Lomba y fue casi siempre cristianizado para desvirtuar los poderes sobrenaturales de míticos personajes, que iban siendo suplantados por el invicto Santiago Matamoros y las mil y una vírgenes aparecidas a pastores visionarios.
Entre las leyendas más entroncadas, con la inevitable presencia y colaboración de La Virgen, se cuenta el
suceso protagonizado por las atribuladas gentes de La Lomba, que asoladas sus cosechas por la pertinaz
sequía de, sabe Dios qué año, se postraron a los pies de aquella virgencita milagrera aparecida en el hueco
de un árbol, para implorar el beneficio de una lluvia redentora que acabara con la sequía.
Lluvia que el Cielo envió con abundancia y fructificó las resecas mieses que pronto se convirtieron en dorado
trigo que terminó llenando los graneros que aseguraban «el pan nuestro de cada día».
Y de ahí recibió La Virgen y su ermita el nombre que para todos los omañeses viene siendo signo de veneración
y no pocas connotaciones reivindicativas: Pan Dorado.


De Folloso hacia Rosales

La abundancia de arboleda y su referente latino folium, dejó el topónimo de Folloso para este linajudo pueblo
de La Lomba. El curioso viajero, que después de leer el magnífico trabajo con que Pío Cimadevilla nos ha obsequiado en su Repertorio Heráldico Leonés, contrastará in situ el hermoso escudo de los «Tu-Sin-Nos», que todavía se conserva —por poco tiempo, si alguien no lo remedia— en el frontón de un vetusto día y derruido palacio en el que se asegura que vivió la dulce Mirabrina, aquella noble omañesa que disfrutó de las mieles
del noviazgo y posteriores esposorios con el señor de Valbarca, ambos procedentes del tronco de los Tusinos, cuyas armas se remontan a los primeros blasones de La Reconquista, pues fue concedido por el propio Rey
Pelayo a uno de sus capitanes.
Después, en lo más alto de La Lomba, el regalo placentero del pueblo de Rosales, que su mismo nombre indica ya la sensibilidad de sus gentes y la amenidad del entorno.
Allí, precisamente, tuvo la cuna el eminente agustino César Moran, un incansable viajero que recorrió con detalle nuestra provincia, a principios del siglo XX, dejando escrito de ello un bello libro: Por Tierras de León, en el que detalla minuciosamente los paisajes y paisanajes de su tiempo.
El pueblo de Rosales, en reconocimiento a los muchos méritos que a lo largo de su vida brindó del Padre César Moran, le dedicó hace unos quince años un monolito que recuerda las virtudes y saberes del que fuera su hijo predilecto.




Foto DL

Escudo de armas en ejecutoria de nobleza del apellido
"Tusinos", de Folloso, en La Lomba de Campestredo

 









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