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 Estás en: "geografía" 

Pesquera
 

"Diario de León"

Autor: Enrique Alonso Pérez


Cuando hace ya muchos años, allá por el verano de 1959, escarbando yo en los viejos legajos del Archivo Histórico Nacional para presentar un trabajo sobre el río Esla,  cayeron en mis manos algunos documentos que dieron luz a las investigaciones de  aquellos tiempos, en relación con la historia y peripecias que fueron moldeando el ser y el sentir de los pueblos que beben y viven de las aguas de nuestro río. Uno de estos pueblos a la vera del Esla es precisamente Pesquera.

 

 

 

Un pueblo con historia a la orilla del Esla

Hace ya tiempo de aquella indagación entre los antiguos docu­mentos del Archivo Histórico Nacional. Hoy,
pasados ya los años de aquellos afanes juveniles y cotejados los apuntes de entonces con posteriores acontecimientos vividos en directo, quiero que mi Retablo semanal se ocupe de difundir ciertos matices de los primeros pasos que alumbraron el nacimiento de algunos núcleos tan sonoros como Pesquera.

Fue en el siglo XI, después de la primera travesía de una Reconquista que afectó a gran parte de la cuenca del Duero, cuando empiezan a sonar documentalmente aquellos pueblos nacidos de la Repoblación comenzada
desde el Reino de Asturias.

Referencias del año 1905

Así, en el año 1095, en un pergamino signado en el archivo na­cional con el número 590, que habla de una donación hecha en febrero de ese año por Elvira Rodríguez y su esposo Velitis Saturniniz al monasterio de
Eslonza, pude comprobar cómo, las heredades cedidas por aquel matrimonio, se encontraban en el lugar de «Peskera».

Casi un siglo después, el año 1186, el Papa Urbano III, en la promulgación de la Bula que confirmaba los privilegios adquiridos por el monasterio de San Pedro de Eslonza, cita textualmente las iglesias adscritas al dominio del cenobio benedictino, entre las que se encuentran: «Eclesiam sancte Eulalie de Piscera cum possessionibus quas in eadem Villa habetis»; es decir, que nuestro pueblo de Pesquera, con todas sus
posesiones dependientes de la Iglesia de Santa Eulalia, pertenecían en cuerpo y alma al dilatado inventario
de la Abadía de Eslonza.

Influencia benedictina

Sucesivos pergaminos, que si­guen hablando de «Peskera», «Piscera» o «Piscaría», según los tiempos, dieron finalmente con la publicación, en el año 1885, del famoso «Cartulario del Monaste­rio de Eslonza», en el que Vicente Vignau Ballester, el gran artífice del Archivo Histórico Nacional en 1896, recoge unos 400 documentos en
los que aparece reseñado, en algunas ocasiones, el nombre de Pesquera asociado a su iglesia de Santa Olalla (Eulalia) y al del repetido cenobio.

Queda claro, pues, que la iglesia de la localidad de Pesquera, estuvo —y aún está hoy— bajo la ad­vocación de Santa Eulalia, detalle que identifica aún más la influencia benedictina de estos patronazgos, ya que como decíamos en el apunte dedicado a Santa Olaja de Eslonza, el monasterio, en sus primeros tiempos, tuvo por patrones a Santa Eulalia y a San Vicente Levita.

El monasterio

Movido por la curiosidad que transmiten los papeles, cuando uno no tiene constancia directa de lo que en ellos
se refleja, acudí en aquellas fechas de finales de los cincuenta al pueblo de Pesquera. La celebración de la fiesta de Nuestra Señora de septiembre, dio ocasión para que mi amigo Estrada pusiese su casa y mesa a mi disposición, ocasión que aproveché con la doble intención de darle gusto al cuerpo, en una simpática fiesta típicamente pueblerina y llena de encanto por la espontaneidad de sus gentes, así como por alimentar también
el espíritu con las investigaciones que por entonces me traía entre manos. De esta manera, el segundo día de fiesta, después de que mis anfitriones lucieran sus habilidades con la captura de multitud de cangrejos de los
de entonces, encaminé mis pasos hacia un lugar que me atraía por el rumor de una especie de cascada que no podía estar muy lejos a juzgar por la intensidad con que se oía.

El «Molino de los frailes»

Un lugareño ya bien entrado en años, que por allí paseaba ayuda­do por una buena cacha artesanal, me
advirtió de que aquel ruido lo producía el desnivel del arroyo al pasar por el Molino de los frailes, circunstancia
que pude comprobar al andar pocos metros más por aquel intrigante paraje.

Lo del apelativo de Los frailes, aplicado al vetusto molino, me fue aclarado por el ocasional compañero de
paseo, quien me dio cumplida información de la existencia de una antiguo monasterio por aquellos pagos.
Y ni corto ni perezoso, pero renqueando con la ayuda de su cachaba casera, el amable anciano me sirvió de
guía hasta unos sorprendentes restos de edificaciones en el entorno del molino, así como las señales
inequívocas de la ubicación de un muy antiguo cementerio cuyos sepulcros aparecían en una larga formación
de piedras y guijarros, que delataban los típicos enterramientos de los monjes medievales.

En las paredes aledañas a este sobrecogedor recinto, pude observar algunas piedras bien labradas con signos evidentes de haber tenido inscripciones, hoy borradas por la intemperie. La existencia de un monasterio, cuya documentación no he podido contrastar, por la casi certeza de haber sido absorbido por el gigante de Eslonza, quedaba muy claro a mis ojos, máxime cuando mi viejo acompañante señaló a lo lejos para indicarme lo que
en el pueblo se conoce como La cañada del convento, que con toda seguridad daba paso al ganado conventual para llegar a los pastos de las conocidas dehesas de Corrales y Valsemana.

 




 

 




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