Un pueblo con historia a la orilla
del Esla
Hace ya tiempo de aquella indagación entre los antiguos
documentos del Archivo Histórico Nacional. Hoy,
pasados ya los años de aquellos afanes juveniles y cotejados los
apuntes de entonces con posteriores acontecimientos vividos en
directo, quiero que mi Retablo semanal se ocupe de difundir ciertos
matices de los primeros pasos que alumbraron el nacimiento de algunos
núcleos tan sonoros como Pesquera.
Fue en el siglo XI, después de la primera travesía de una Reconquista
que afectó a gran parte de la cuenca del Duero, cuando empiezan a
sonar documentalmente aquellos pueblos nacidos de la Repoblación
comenzada
desde el Reino de Asturias.
Referencias del año 1905
Así, en el año 1095, en un pergamino signado
en el archivo nacional con el número 590, que habla de una donación
hecha en febrero de ese año por Elvira Rodríguez y su esposo Velitis
Saturniniz al monasterio de
Eslonza, pude comprobar cómo, las heredades cedidas por aquel
matrimonio, se encontraban en el lugar de «Peskera».
Casi un siglo después, el año 1186, el Papa Urbano III,
en la promulgación de la Bula que confirmaba los privilegios
adquiridos por el monasterio de San Pedro de Eslonza, cita
textualmente las iglesias adscritas al dominio del cenobio
benedictino, entre las que se encuentran: «Eclesiam sancte Eulalie de
Piscera cum possessionibus quas in eadem Villa habetis»; es decir, que
nuestro pueblo de Pesquera, con todas sus
posesiones dependientes de la Iglesia de Santa Eulalia, pertenecían en
cuerpo y alma al dilatado inventario
de la Abadía de Eslonza.
Influencia benedictina
Sucesivos pergaminos, que siguen hablando
de «Peskera», «Piscera» o «Piscaría», según los tiempos, dieron
finalmente con la publicación, en el año 1885, del famoso «Cartulario
del Monasterio de Eslonza», en el que Vicente Vignau Ballester, el
gran artífice del Archivo Histórico Nacional en 1896, recoge unos 400
documentos en
los que aparece reseñado, en algunas ocasiones, el nombre de Pesquera
asociado a su iglesia de Santa Olalla (Eulalia) y al del repetido
cenobio.
Queda claro, pues, que la iglesia de la localidad de
Pesquera, estuvo —y aún está hoy— bajo la advocación de Santa
Eulalia, detalle que identifica aún más la influencia benedictina de
estos patronazgos, ya que como decíamos en el apunte dedicado a Santa
Olaja de Eslonza, el monasterio, en sus primeros tiempos, tuvo por
patrones a Santa Eulalia y a San Vicente Levita.
El monasterio
Movido por la curiosidad que transmiten los papeles,
cuando uno no tiene constancia directa de lo que en ellos
se refleja, acudí en aquellas fechas de finales de los cincuenta al
pueblo de Pesquera. La celebración de la fiesta de Nuestra Señora de
septiembre, dio ocasión para que mi amigo Estrada pusiese su casa y
mesa a mi disposición, ocasión que aproveché con la doble intención de
darle gusto al cuerpo, en una simpática fiesta típicamente pueblerina
y llena de encanto por la espontaneidad de sus gentes, así como por
alimentar también
el espíritu con las investigaciones que por entonces me traía entre
manos. De esta manera, el segundo día de fiesta, después de que mis
anfitriones lucieran sus habilidades con la captura de multitud de
cangrejos de los
de entonces, encaminé mis pasos hacia un lugar que me atraía por el
rumor de una especie de cascada que no podía estar muy lejos a juzgar
por la intensidad con que se oía.
El «Molino de los frailes»
Un lugareño ya bien entrado en años, que por allí
paseaba ayudado por una buena cacha artesanal, me
advirtió de que aquel ruido lo producía el desnivel del arroyo al
pasar por el Molino de los frailes, circunstancia
que pude comprobar al andar pocos metros más por aquel intrigante
paraje.
Lo del apelativo de Los frailes, aplicado al vetusto
molino, me fue aclarado por el ocasional compañero de
paseo, quien me dio cumplida información de la existencia de una
antiguo monasterio por aquellos pagos.
Y ni corto ni perezoso, pero renqueando con la ayuda de su cachaba
casera, el amable anciano me sirvió de
guía hasta unos sorprendentes restos de edificaciones en el entorno
del molino, así como las señales
inequívocas de la ubicación de un muy antiguo cementerio cuyos
sepulcros aparecían en una larga formación
de piedras y guijarros, que delataban los típicos enterramientos de
los monjes medievales.
En las paredes aledañas a este sobrecogedor recinto,
pude observar algunas piedras bien labradas con signos evidentes de
haber tenido inscripciones, hoy borradas por la intemperie. La
existencia de un monasterio, cuya documentación no he podido
contrastar, por la casi certeza de haber sido absorbido por el gigante
de Eslonza, quedaba muy claro a mis ojos, máxime cuando mi viejo
acompañante señaló a lo lejos para indicarme lo que
en el pueblo se conoce como La cañada del convento, que con toda
seguridad daba paso al ganado conventual para llegar a los pastos de
las conocidas dehesas de Corrales y Valsemana.
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