Estamos ya en lugares que en invierno
se ven muy concurridos debido a que desde aquí ya hay ocasión de
practicar el esquí en la cercana estación de San Isidro, provista de
excelentes pistas de patinaje propias para
el desarrollo de este deporte. Por eso no es extraño que el principal
monumento de Puebla de Lillo sea la
ermita de Las Nieves.
A esta zona acuden con frecuencia los biólogos para estudiar los
pinares autóctonos y la flora y fauna leonesa. Estas tierras forman
parte de la Reserva Nacional de caza de Mampodre. Este nombre, que
significa manos podadas, procede de la leyenda de cuando los romanos
sometieron a los astures sobre el año 19 antes de
Cristo. Según esta leyenda, a algunos de los guerreros astures más
feroces les fueron cortadas las manos confinándoles en los montes de
Mampodre.
Leyendas de Isoba y Ausente
Siguiendo la carretera por estos pintorescos
parajes se llega al puerto de San Isidro pasando antes por Isoba,
localidad próxima a dos hermosos lagos, el de Isoba de su mismo
nombre, y el lago Ausente a unos mil setecientos metros de altitud.
Como todas las cosas de estas montañas la formación de estos lagos
tiene su leyenda. Dícese que hace miles de años un peregrino que no
fue socorrido por los vecinos lanzó esta maldición: «Húndase Isoba,
menos la casa
del cura y la pecadora». Según la leyenda así ocurrió, se formó un
lago y sólo se salvaron el párroco y una
mujer de vida licenciosa y alegre. El lago Ausente también tiene
leyenda sobre su formación. La narración
de la misma dice que una labradora, conduciendo su yunta y carro, al
proceder a abrevar sus vacas se hundió
en el lago, y al intentar salvarse con su mano estirada arañó la
tierra y dio origen a la fuente con cinco
manantiales que brota al otro lado de la tierra. Aún perdura la
tradición de que en las noches de luna llena
se oyen los lamentos de aquella mujer ahogada.
Abolengo histórico
A Puebla de Lillo no podía faltarle su abolengo histórico, y allá por
el siglo XIII los Vigil son los señores de la
villa y edificaron su palacio.
En el siglo XIV don Alfonso Enríquez, hijo de Enrique II, de la
familia de los Almirantes de Castilla, adquiere el señorío de la villa
y construye el castillo. De este castillo queda solamente el magnífico
torreón, en medio del pueblo el cual tiene el Ayuntamiento habilitado
para diferentes dependencias municipales. Este torreón cilíndrico
de aspecto de muralla romana está almenado, tiene buena mampostería,
la robustez y espesor de sus muros
es lo que ha hecho que a lo largo del tiempo se mantenga en pie la
gallarda torre de Lillo.
Del resto del castillo y recinto amurallado no queda nada, pero se
puede juzgar por la reciedumbre del torreón
que admitiría un buen número de defensores encargados de que se
respetara la insignia de los Almirantes de
Castilla.
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