Hay algunas costumbres en nuestra historia que me han
dejado siempre impactado por lo que tienen de cultura, tradición o
rito. Había costumbres curiosas como las del toque de campana cuando
la mujer iba a parir y la covada. El término "Covada" tiene dos
acepciones en sus orígenes. Una teoría indica que proviene de la
expresión latina puerperio cubare (guardar cama durante el puerperio)
y la otra teoría manifiesta que proviene del termino latino cova
(cueva)- atam (acción de), aunque lo que si es unánime que la palabra
francesa cou-ver (incubar) le da un sentido mejor a la práctica o
costumbre. La costumbre de la Covada se define en términos simples
como "práctica de acostarse con el recién nacido en lugar de la madre,
una vez que ésta ha parido".
Es decir que el padre se metía en la cama con el recién nacido y
recibía las felicitaciones y parabienes de sus familiares, vecinos,
amigos, etc. La mujer por contrario se iba a trabajar a las tareas
propias, tales como la recolección, el cuidado del huerto, de la casa,
alimentar a los animales, etc.
La primera mención documentada de la Covada data del siglo III a. de
C. Apolonio de Rodas, gramático y director de la Biblioteca de
Alejandría, la describe así en su obra Los argonautas: "llegaron a la
Tibarénida. En ese país, cuando las mujeres han dado hijos a sus
hombres, son éstos quienes gimen, caídos en los lechos,
con las cabezas envueltas; y ellas los cuidan con solicitud, les hacen
comer y les preparan los baños que convienen a las recién paridas". No
se ha podido averiguar si este pasaje fue recogido de versiones orales
micénicas, es decir, si los expedicionarios de hace 3500 años
encontraron llamativa esta conducta de los tibarenos o si se trata de
una acotación del propio Apolonio.
En el siglo I a.C., el historiador Diodoro de Sicilia mencionaba en su
libro V que los corsos tenían una costumbre semejante: "Con el
nacimiento de sus hijos observan un hábito muy extraño: no tienen
cuidado alguno de sus mujeres que están de parto; cuando una ha dado a
luz, el marido se acuesta, cual enfermo, y permanece encamado un
número fijo de días, como una recién parida".
Entre los geógrafos más importantes de la época romana, encontramos al
griego Estrabón. Aficionado a los viajes, recorrió la mayor parte de
las regiones orientales del Imperio. Durante su larga estancia en
Roma, escribió su "Geografía" donde describe de manera pormenorizada
las costumbres, gentes, instituciones y anécdotas de las tierras
europeas, desde Irlanda al Cáucaso.
En su libro tercero de Geografía, menciona esta práctica al referirse
al pueblo cántabro de la siguiente forma:
"es cosa común entre el pueblo, la valentía, no sólo en los hombres
sino también en las mujeres. Estas cultivan la tierra: apenas han dado
a luz, ceden el lecho a sus maridos y los cuidan. Con frecuencia paren
en plena labor y lavan al recién nacido inclinándose sobre la
corriente de un arroyo, envolviéndolo luego".
Ha habido escritores que han mencionado la Covada, como el inglés
George Borrow y más próxima, tenemos a nuestra Concha Espina en su
famosa novela "La esfinge Maragata", premio Real de la Academia
Española.
Según parece, esta práctica se conservó en determinados lugares del
norte de España hasta el siglo XIX. Hasta mediados del siglo XX se ha
constatado alguna forma de covada en todas partes: Laponia, Borneo,
Inglaterra, Francia, Brasil, Alemania... En Casas de Ves (Albacete) el
hombre, además de acostarse con el recién nacido, le ponía su camisa y
quemaba la placenta en una hoguera ritual; en Alabama y Carolina del
Sur, bastaba con que el sombrero del padre estuviera sobre la almohada
del lecho de la parturienta.
Como no podía ser menos, estas prácticas se realizaban también en
otros lugares, y así podemos constatar ver que las tribus que
habitaban en el cauce del río Amazonas también se regían por esta
costumbre. De forma curiosa podemos comprobar como se describía la
vida de las mujeres en el momento de dar a luz en la cuenca del
Amazonas "se bañan, lavan a la criatura y regresan a la vida normal
del trabajo y del hogar. Mientras tanto
el padre del recién nacido hace una dieta permaneciendo acostado en la
hamaca durante varios días
haciéndose el enfermo para que la mujer le cuide".
Este reconocimiento de la paternidad mediante gestos solemnes es
propio de la mayoría de las culturas de la Antigüedad; en Roma, por
ejemplo, el "paterfamilias" cogía en brazos al recién nacido. De
negarse a hacerlo,
no lo estaba reconociendo como propio y era abandonado.
Podría ser explicado el mito del embarazo masculino por el que se
atribuye al varón este poder como una manera de asumir la paternidad y
tratar a los descendientes como si los hubieran parido (covada); para
expli-citar que el varón cumple su papel como si fuera una mujer y
para justificar la atribución por parte del patriarcado de la
capacidad masculina de crear vida, en contra de los usos sucesorios
del matriarcado y para legitimar y dar preponderancia a la figura del
padre. Todo ello forma parte del derecho o costumbre de la época.
Independientemente de que la covada tuviera un origen indoeuropeo o
no, el hecho de que la acepción del neonato en familia y sociedad
fuera a depender de un gesto paterno, echa por tierra su supuesto
carácter matriarcal.
Afortunadamente estas costumbres han sido desterradas de nuestras
tradiciones, pero es necesario conocerlas para poder comprender bien
el origen de nuestros pueblos y las razones de su forma de vida.
Los tiempos cambian y afortunadamente la legislación ha permitido que
la mujer tenga el derecho del permiso de maternidad, y ahora se
plantea la baja paternal para el padre (con independencia de la baja
maternal que
la puede pedir uno de los cónyuges). Nos imaginamos en esta época
alguien pidiendo, argumentando ser costumbre de su comunidad autónoma
o de su presunta nación, el uso de las tradiciones antiguas. Estamos
en un momento afortunadamente de superación y de reafirmación de la
persona, con sus obligaciones y derechos,
y respetando a cada individuo, con independencia de su condición, raza
o edad. Que no se quede en teoría lo que predicamos y no hagamos caso
de los síndromes de las Cavadas en términos políticos. Consistiría en
sustituir o modificar la Constitución, dotarla de las facultades que
uno dispone (es decir concebirla a su propio beneficio) y después de
ello recibir las felicitaciones y parabienes de todos. Naturalmente en
este caso consideraría el síndrome como una enfermedad (como dice la
Real Academia de la Lengua), recomendando leer a Estrabón y Concha
Espina para poder comprender mejor nuestro pueblo, nuestras costumbres
y así construiremos un mejor futuro para todos.
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