Tres lugares han marcado la vida de José Callejo:
Cabrera, donde nació, Maragatería, donde trabajó, y Astorga, en donde
ha vivido los últimos treinta años. Callejo, que ha sido pastor,
agricultor, ganadero, cartero, obrero y siempre músico, es un peaje
posible para recuperar el pasado, para volver a los años treinta de
Cabrera o Maragatería.
El pasado miserable nos parece tan lejano a todos, que incluso no
existe en la memoria. O lo parece. Pero muchos lo han vivido y
bastantes no lo han podido olvidar. Recuperar las raices no es sólo
hablar de tradiciones, sino también de gentes que sobrevivieron en
tiempos difíciles.
José Callejo mantiene sus primeros recuerdos ligados al pan, o a la
carencia de pan.
En Corporales éramos cinco hermanos, y en los años treinta pasamos
mucha hambre, como todo el pueblo. Eran tiempos difíciles por las
rencillas de la guerra civil. Teníamos un molino de harina, que todos
llamábamos "La Máquína" y que además producía electricidad para las
casas.
Pero un día precintaron el molino y ya no se pudo moler más trigo. Se
acabó el pan, no hubo más "máquina", y pasamos a la miseria, pues era
la única "rueda" del pueblo.
Entonces no había demasiados caminos, ni vendedores a domicilio, y la
mitad de la dieta diaria quedó arruinada para los vecinos de
Corporales. Pero había que sobrevivir.
Mi familia, que era la que llevaba el molino, abrió otro
clandestino en el monte. Conocido por "Los clachos” , nuestro mote
familiar, porque alguien había estado un poco loco,"chacho". Lo
abrieron en el monte y los vecinos volvieron a tener pan.
Tiempos complicados, con una guerra encima. Días de represalias, de
odios.
Lo descubrieron y lo clausuraron. Además hubo desatinos. En una
ocasión a mi madre, que era la única que entendía la maquinaria del
molino, le dieron una paliza de muerte. Un grupo de hombres la
desnudaron y Ie pegaron hasta dejarIa por muerta. No se pudo levantar
ni mover en una semana. Y no era la primera vez ni fue la última.
Callejo nunca ha podido olvidar estas vivencias de su infancia, ni
tampoco a aIgunas gentes.
El primer pan que se hizo en el molino del monte salió de color
azul, con un gusto muy extraño. La harina tenía trigo enfermo de
"morrión ", los granos negros de las espigas (ya entonces se combatía
con "piedralipe" al sembrarlo para que no se estropeara después). Pero
como teníamos tanta hambre, comimos el pan azul.
La hogaza del maqui
En Corporales había veceras de vacas y caballos. Cada año se subastaba
el cuidar los animales durante la primavera y verano en el campo. Su
familia se había quedado con la de caballos por un cuartal de centeno
y una hogaza de pan por toda la temporada. De este trabajo se
encargaban los niños.
Había muchos caballos en Corporales, pues se compraban los potros
en la feria de Cacabelos para engordarlos en los pastos del pueblo, y
después se vendían en los mercados de Astorga o de León.
Y fue en Corporales en donde se encontró la primera vez con Girón, el
maqui más conocido de toda la comarca cabreiresa y del Bierzo.
Estando en el monte con los cabalIos bajaron cinco personas con los
fusiles al hombro, que relucían al sol. Mi hermano y yo, teníamos
nueve o diez años sentimos miedo a los maquis, pero al preguntarnos
por la familia, nos dijeron que conocían a Anacleta, mi madre.
Enseguida nos preguntaron si teníamos hambre... ¡¡casi ninguna!! Y nos
dieron media hogaza de pan, que no comimos enseguida porque pensábamos
que podía estar envenenada.
¡ Nunca he olvidado el sabor de aquel pan, blanco, crujiente...!.
Folgoso del Monte
Folgoso del Monte es uno de Ios pueblos de Maragatería desaparecidos
hace años. Ahora sólo quedan los restos de muros y piedras. Estaba
detrás de Foncebadón. Con nueve años lo envian a
Folgoso de la Ribera, a la casa de un ganadero que había ido hasta
Corporales buscando un pastor joven, un niño, que costaba menos en
rancho y en sueldo.
Allí pasé, hasta los 11 años, los peores de mi vida: me hacían
dormir en el pajar, sin mantas y casi sin comer, como a los perros. La
comida, mientras había castañas era un puñado de este fruto para todo
el día. Yo lo completaba con leche de cabra, que ordeñaba directamente
a la boca.
Después llegaría a Prada de la Sierra, Manjarín y a Santa Marina de
Somoza. Durante cinco años estará en Ia lechería de Agapito Manrique,
en Astorga.. Allí cuida vacas, Ias ordeña y vende la leche. Su última
aventura laboral serán 24 años trabajando como torcedor en la empresa
textiI
Aiptesa, de San Justo de Ia Vega.
La pandereta
Todavía ahora Callejo canta a la menor ocasión. Con eI grupo “Danzas
de Maragatería”, en los viajes, en las comidas...
Cuando estaba trabajando de niño en Folgoso aprendió a tocar la
pandereta. En Corporales, Ias castañueIas, que también fabrica, y
muchos años después probaría su voz en un concurso de la Cope, estando
ya en Astorga, en el programa "Voces nuevas", en que quedó el primero.
Le dieron un diploma y caramelos.
José Callejo es, también, un archivo viviente de letras de canciones
populares.
En Foncebadón había una mujer que mataba a sus hijos, y los
descuartizaba para echarlos a los cerdos. Hice unas coplas, como los
juglares, sobre este suceso terrible.
Urraca parlanchina
Callejo reconoce que siempre ha tenido buena mano con Ios animales.
Desde la primera cabra que Ie regalaron, hace muchos años, a Ia que
llamó "princesa" y a la que mandaba sacar la lengua, y lo hacía, o se
ponía a la "pata coja". Fue durante su estancia en Prada de la Sierra.
Y hacía piruetas como las cabras de un saltimbanqui.
La dejé en casa de mi madre en Corporales al irme para Prada, y la
cabra no volvió a comer, aunque le ponían la comida al lado. No quiso
salir al monte. Sólo miraba y miraba hasta que se murió de pena.
Pero su éxito mayor amaestrando animales fue una "pega".
La llamaba "cuca" y aprendió a llamar' al vecino, "señor David,
señor David", e imitaba perfectamente mi risa, y el sonido de las
castañuelas. Se posaba en mi hombro y comía de mi cuchara, lo que
encrespaba a mi mujer. Pero era una ladrona. Me cogía las herramientas
de hacer las castañuelas y me las guardaba. Le decía: ¿dónde están? Y
se reía con la imitación de mi risa, y cuando las encontraba se "ponía
negra".
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