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 La autoestopista (ficción)

  

Autor: Fernando Guerrero Martínez
 

Era un atardecer gris, en el horizonte se dibujaba ya amenazadoras nubes de tormenta. Y efectivamente transcurridas unas horas y llegada la noche, lo inevitable ocurrió, un tremendo aguacero cayó del cielo, inundando al momento el asfalto. La espesa oscuridad que reinaba a causa de la falta de luna se veía interrumpida constantemente por súbitas explosiones de luz procedentes de los ensortijados relámpagos acompañados irrefutablemente del atronador ruido que instantes después bramaba el trueno.

Yo inconscientemente, movido por un impulso adquirido en mi niñez, contaba mentalmente los segundos transcurridos entre el resplandor y el sonido.

Apenas existía un intervalo de un segundo entre uno y otro, lo cual me asusto bastante, pues significaba que prácticamente me encontraba debajo de la tormenta eléctrica. Además, el repiqueteo constante de las gotas de agua contra la chapa de la carrocería y la luneta delantera del coche me ponía los nervios de punta, así que a pesar de la prisa que me acometía; (debía llegar a mi destino en menos de una hora para una reunión importatísima de negocios y aún me quedaban cerca de cien kilómetros por recorrer), decidí aparcar en la primera parada que encontrara y esperar que la tormenta se calmara un poco.

Cien metros después, divise una zona de descanso, y tras llegar a la altura de la desviación, giré el volante para dirigir el coche hacía allí. Una vez estacionado puse los seguros de todas las puertas para mayor tranquilidad, e inspeccione el lugar desde mi asiento cerciorándome de que no hubiese nadie amenazador en los alrededores.

No se observaba a ninguna persona, ni el menor movimiento sospechoso, (salvo, por supuesto el temblor en las ramas de los escasos arbustos existentes provocados por el fuerte viento).

A parte de esta rala vegetación se dislumbraban a la luz de los relámpagos varios asientos de piedra y algunas papeleras diseminadas a lo largo de toda el área de descanso, pero nada más.

Comprobada la inexistencia de otra señal de vida aparte de la mía, me recosté sobre el asiento de mi lujoso vehículo y apreté el botón que lo colocaba en posición horizontal, dispuesto a relajarme un poco.

Ya medio adormilado, una idea se formó repentinamente en mi cabeza, quizás debería llamar desde mi teléfono móvil al lugar donde se celebraba la reunión y excusarme por mi tardanza o ausencia, por si acaso me saltaba el sueño mientras esperaba el cese de la tormenta.

Extendí ligeramente el brazo hacía la guantera y mi codo choco con el volante, lo cual hizo sonar el claxon, sobresaltándome y acelerando mi pulso hasta límites insospechados (tenía los nervios a flor de piel), ahora, más despejado gracias al susto recibido, baje la mano nuevamente hacía la guantera y cogí el móvil, pero como suponía, todo aquello había resultado en vano, pues la cobertura estaba inutilizada por la electricidad estática reinante en el ambiente.

Malhumorado arrojé el celular al asiento contiguo y volví a echarme. En esta ocasión conseguí relajarme y conciliar el sueño fijando mi vista en el lento cambió de los números del minutero del reloj digital que había incrustado en el cuadro de mandos del coche. La última hora que recuerdo eran las doce menos cuarto de la noche.

Mi fugaz letargo se vio repentinamente interrumpido por unos fuertes y frecuentes golpes propinados en la ventanilla de mi lado. Atemorizado, abrí los ojos, y lo primero que vi fue un puño intentando romper el cristal. Me incorporé como movido por un resorte mecánico, y coloqué el asiento en su posición original, acto seguido mis manos se dirigieron automáticamente a la llave de contacto para arrancar el coche y salir pitando de allí, pero algo me retuvo. Un delicado rostro de mujer apareció detrás del puño, ¡era guapísima!, teníais que haberla visto, porque por muchas explicaciones que intente daros y por muchas palabras que utilice para describirla, jamás podréis haceros ni una vaga idea de su belleza.

Unos largos mechones rubios, rizados cuidadosamente, servían de tobogán a las miles de gotas de lluvia que se deslizaban por ellos hasta su cara, dando a aquel rostro, ya de por sí perfecto, un aire angelical.

Sus ojos de un profundo color azul me miraban fijamente, y sus frágiles labios, que a pesar de estar amoratados por el frío, parecían sensuales y cálidos, esbozaron una sonrisa.

Ante tal visión de hermosura, mis temores se desvanecieron de inmediato y abrí la ventanilla ligeramente.

- ¿Qué haces ahí sola? - Pregunté.

- Estaba haciendo autostop en la carretera y al comenzar la lluvia vine aquí en busca de algún lugar donde guarecerme hasta que pase la tormenta- Me explicó ella mientras sus labios temblaban por el frío.

- ¿Hacía donde vas?- La interrogué de nuevo con sincera curiosidad.

- Voy a León- Me respondió escuetamente.

- Casualmente yo me dirijo allí también, sube si quieres- La invite apiadado de su situación.

Quite el seguro de la puerta del acompañante y con un leve empujón la abrí, permitiéndola así acceder al interior, sin darme siquiera cuenta de recoger el teléfono móvil que había arrojado sobre el asiento.

La joven entró y se sentó dándome inmediatamente las gracias, sin advertir tampoco el celular.

Yo estaba boquiabierto observando su curvilíneo contorno, por lo que apenas pude farfullar algo así como un "De nada".

Mis ojos se negaban a apartarse de aquel cuerpo, llevaba una minifalda que dejaba al descubierto unos bien torneados y excitantes muslos, y su blusa, empapada por el agua, remarcaba unos duros y turgentes pezones, pues al parecer no usaba sujetador. En aquellos momentos me vi lanzándome sobre ella y chupando aquella deliciosa parte de su cuerpo, relamiendo y mordiendo aquellos sugerentes bultos, pero logré recuperar la compostura y la pregunté como se llamaba. Extrañamente ella se quedo pensativa, como si no recordara su nombre, (entonces pensé que iba a darme uno falso, pero ahora comprendo que realmente no recordaba como se llamaba).

-Angela- respondió tras unos segundos de reflexión.

(-Muy adecuado para un ángel cómo tú- pense yo para mis adentros ).

- Yo me llamo Pedro- la informé mientras ponía el coche en marcha.

Antes tenía miedo a la tormenta porque me encontraba sólo, pero ahora acompañado por Angela me sentía a salvo y seguro y decidí retomar mi camino.

Encendido el contacto me fijé en el reloj, eran las doce de la noche, habían transcurrido apenas quince minutos desde que había conseguido dormirme, pero a mí me parecía que habían pasado horas desde entonces.

-Espera un poco, me atemoriza viajar bajo los relámpagos- Me rogó Angela.

- Lo siento, pero he perdido mucho tiempo y me esperan en una reunión muy importante- La expliqué.

- Por faaavooor - Me suplicó moviendo las piernas en un infantil arrebato, en un último intento de retenerme a toda costa.

 

Mi mirada se volvió a clavar en sus muslos, la falda con aquel pataleo se había subido ligeramente dejando 
al descubierto unas blanquitas bragas.

Forcé a mis ojos a girarse y a mi mente a alejarse de los lujuriosos pensamientos que estaba concibiendo, recordándome a mi mismo que probablemente de la reunión celebrada aquella noche dependía mi futuro.

Haciendo caso omiso de las insinuaciones de Angela, metí la primera y aceleré, llegando segundos después 
a la carretera principal.

Media hora más tarde dejábamos atrás el pueblo de La Robla acercándonos a nuestro destino.

Mantuvimos durante el camino una conversación intrascendente y falta de sentido, cambiando constantemente de un tema a otro. (Al parecer ambos teníamos secretos que era mejor dejar ocultos, pues varias veces intenté interrogarla sobre su vida y su pasado. Ya sabéis, con preguntas cómo: ¿Estas casada?, ¿de donde eres?, etc...: y siempre recibía silencio por respuesta, lo mismo hacía yo cuando ella preguntaba sobre mi pasado, yo no deseaba hurgar en viejas heridas, pero Angela parecía conocer mi vida anterior mejor que yo, y eso me asustaba. En una de las ocasiones que el tema de conversación versaba sobre el incipiente aumento de divorcios en nuestra sociedad actual, ella me preguntó: -¿Y tú por qué te divorciaste?-.

A cuya situación en absoluto yo me había referido a lo largo del debate, me alarmé mucho y la inquirí: -¿Cómo sabes que estoy divorciado si no te lo he dicho?-.

- Por la marca que te ha dejado la alianza en tú anular izquierdo- me replicó.

Y preguntas cómo esta, a las que siempre encontraba alguna explicación lógica que responderme, les podría referir decenas, y ante todas ellas yo me limitaba a contestarlas con silencio o cambiando de tema)

El coche circulaba a ciento cincuenta kilómetros por hora, y mis ojos se seguían desviando frecuentemente hacía aquel pequeño triángulo formado entre sus muslos, y escasamente tapado por sus braguitas.

Habíamos pasado lo que antaño fuera la fuente de la Copona, y nos adentrábamos por fin en las cercanías 
de León. Y la tentación de deslizar una de mis manos por sus muslos, y acariciar aquel deseado triángulo de deseo fue ya incontenible. Quité la mano derecha del volante y la bajé hasta el borde de su falda, ella me miró y sonrió, la lluvia continuaba su repiqueteo sobre el cristal, mis dedos alcanzaron su objetivo, sobando dulcemente el contenido de las braguitas.

Súbitamente noté como mi mano desaparecía por entero en su interior hasta la muñeca, (parecía cómo si una enorme boca me la hubiese tragado), y percibí como un viscoso líquido recorría el anverso de mi mano. Sorprendido y asustado retiré inmediatamente la mano, y la examiné detenidamente bajo la luz de un relámpago, estaba completamente recubierta de sangre y trozos de vísceras. Sin embargo, curiosamente, sus bragas seguían impolutamente inmaculadas, entonces no aguanté más y un desgarrador grito salió de 
mi garganta.

En esos momentos el coche ascendía la cuesta de la carretera de Asturias que daba acceso a la ciudad, y 
en cuya cumbre existe una gasolinera.

Mire acongojado a Angela, pero ella se encogió de hombros y me dijo: - ¡Cuidado!, en ese cambio de rasante me maté yo hace diez años en un accidente de tráfico, un camión se cruzó en la carretera y no lo pude evitar, ahora otro trailer te está esperando a ti -. Un nuevo relámpago iluminó sus labios al pronunciar la última palabra (ti, ti, ti ...) y cuando su resplandor se hubo extinguido, Angela había desaparecido con él.

Me quede absorto, pero me encontraba ya coronando la cuesta y efectivamente un enorme camión bloqueaba la carretera, calculé la posibilidad de frenar, pero a pesar de los excelentes frenos que poseía mi coche estaba demasiado cerca para lograrlo, viré el volante con todas mis fuerzas, y conseguí esquivar la cabina del camión por unos escasos centímetros, intenté recuperar el dominio del coche enderezando la dirección, pero era muy tarde.

Mi automóvil patinó en el mojado asfalto y cayó a la cuneta dando varias vueltas de campana, yo me golpeé con el salpicadero en la cabeza y quedé inconsciente.

Desperté de un coma profundo quince días después, mis recuerdos de aquella noche eran vagos al principio, pero hora tras hora resurgían en mi mente retazos de lo sucedido.

Me pregunté en muchas ocasiones durante aquel día, si todo no habría sido un sueño dentro del coma, pero por la noche, uno de los enfermeros me rajo las pertenencias que se habían conseguido salvar del amasijo de hierros en que se había convertido mi coche antes de llevarlo al desguace.

Entre cintas de cassette y efectos personales, se hallaba mi pequeño teléfono móvil, y estaba enteramente recubierto de sangre y trozos de carne putrefacta.

Mande que hicieran un análisis de sangre de los aquellos restos, argumentando que me parecía que antes 
de sucederme el accidente había recogido a una autoestopista en la carretera, que se podía haber dado 
a la fuga tras volcar para evitarse problemas, y quería asegurarme que no hubiese resultado herida.

La historia les convenció y realizaron el análisis, el resultado del mismo sorprendió tanto a los médicos como a mí. En efecto se trataban de restos humanos, y no concordaban con mi grupo sanguíneo, pero lo extraño era que no pertenecían a ningún grupo sanguíneo conocido, nunca se había hallado nada semejante en todo el mundo, según me informaron después los doctores. Entonces creí...

Días más tarde, salido del hospital, me encamine a la hemeroteca de la biblioteca pública de León e investigue un accidente ocurrido hacía diez años en el mismo lugar que el mío, tras arduas horas de búsqueda halle por fin el nombre y apellidos de aquella mujer, se llamaba Nuria Carso.

Encontrada la información que buscaba, cogí un taxi y le indiqué que me acercara hasta el cementerio de Puente Castro, donde según había leído estaba enterrada mi salvadora, a su entrada compré una docena de rosas, y pregunté en la oficina del cementerio donde podía hallar la tumba, un amable enterrador busco en los ficheros, y por fin me dio las indicaciones necesarias para llegar hasta la tumba.

Era una tumba sencilla con una pequeña cruz de mármol elevándose sobre la lapida en la que se podía leer "Nuria Carso 1967-1990" e incrustada al lado de esta inscripción una pequeña fotografía en blanco y negro que reflejaba el rostro angelical de la fallecida.

Coloqué las flores junto a su retrato, y agachándome acerqué los labios a la foto dándola un sonoro beso.

Después rompí a llorar sobre la fría losa que ocultaba su bello cuerpo.

Yo pensaba que aquella reunión con importantes hombres de negocios cambiaría mi vida, pero ahora se con certeza que quien realmente me dio una segunda oportunidad de vivir fue una chica de tersa y delicada piel llamada, (para mi siempre será su verdadero nombre), Angela.

 

 

 
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