Era un atardecer gris, en el
horizonte se dibujaba ya amenazadoras nubes de tormenta. Y efectivamente
transcurridas unas horas y llegada la noche, lo inevitable ocurrió, un
tremendo aguacero cayó del cielo, inundando al momento el asfalto. La espesa
oscuridad que reinaba a causa de la falta de luna se veía interrumpida
constantemente por súbitas explosiones de luz procedentes de los ensortijados
relámpagos acompañados irrefutablemente del atronador ruido que instantes
después bramaba el trueno.
Yo inconscientemente, movido por un
impulso adquirido en mi niñez, contaba mentalmente los segundos transcurridos
entre el resplandor y el sonido.
Apenas existía un intervalo de un segundo
entre uno y otro, lo cual me asusto bastante, pues significaba que
prácticamente me encontraba debajo de la tormenta eléctrica. Además, el
repiqueteo constante de las gotas de agua contra la chapa de la carrocería y
la luneta delantera del coche me ponía los nervios de punta, así que a pesar
de la prisa que me acometía; (debía llegar a mi destino en menos de una hora
para una reunión importatísima de negocios y aún me quedaban cerca de cien
kilómetros por recorrer), decidí aparcar en la primera parada que encontrara
y esperar que la tormenta se calmara un poco.
Cien metros después, divise una zona de
descanso, y tras llegar a la altura de la desviación, giré el volante para
dirigir el coche hacía allí. Una vez estacionado puse los seguros de todas
las puertas para mayor tranquilidad, e inspeccione el lugar desde mi asiento
cerciorándome de que no hubiese nadie amenazador en los alrededores.
No se observaba a ninguna persona, ni el
menor movimiento sospechoso, (salvo, por supuesto el temblor en las ramas de
los escasos arbustos existentes provocados por el fuerte viento).
A parte de esta rala vegetación se
dislumbraban a la luz de los relámpagos varios asientos de piedra y algunas
papeleras diseminadas a lo largo de toda el área de descanso, pero nada más.
Comprobada la inexistencia de otra señal
de vida aparte de la mía, me recosté sobre el asiento de mi lujoso vehículo y
apreté el botón que lo colocaba en posición horizontal, dispuesto a relajarme
un poco.
Ya medio adormilado, una idea se formó
repentinamente en mi cabeza, quizás debería llamar desde mi teléfono móvil al
lugar donde se celebraba la reunión y excusarme por mi tardanza o ausencia,
por si acaso me saltaba el sueño mientras esperaba el cese de la tormenta.
Extendí ligeramente el brazo hacía
la guantera y mi codo choco con el volante, lo cual hizo sonar el
claxon, sobresaltándome y acelerando mi pulso hasta límites
insospechados (tenía los nervios a flor de piel), ahora, más
despejado gracias al susto recibido, baje la mano nuevamente hacía la
guantera y cogí el móvil, pero como suponía, todo aquello había
resultado en vano, pues la cobertura estaba inutilizada por la
electricidad estática reinante en el ambiente.
Malhumorado arrojé el celular al
asiento contiguo y volví a echarme. En esta ocasión conseguí
relajarme y conciliar el sueño fijando mi vista en el lento cambió
de los números del minutero del reloj digital que había incrustado
en el cuadro de mandos del coche. La última hora que recuerdo eran
las doce menos cuarto de la noche.
Mi fugaz letargo se vio
repentinamente interrumpido por unos fuertes y frecuentes golpes
propinados en la ventanilla de mi lado. Atemorizado, abrí los ojos, y
lo primero que vi fue un puño intentando romper el cristal. Me
incorporé como movido por un resorte mecánico, y coloqué el asiento
en su posición original, acto seguido mis manos se dirigieron automáticamente
a la llave de contacto para arrancar el coche y salir pitando de allí,
pero algo me retuvo. Un delicado rostro de mujer apareció detrás del
puño, ¡era guapísima!, teníais que haberla visto, porque por
muchas explicaciones que intente daros y por muchas palabras que
utilice para describirla, jamás podréis haceros ni una vaga idea de
su belleza.
Unos largos mechones rubios, rizados
cuidadosamente, servían de tobogán a las miles de gotas de lluvia
que se deslizaban por ellos hasta su cara, dando a aquel rostro, ya de
por sí perfecto, un aire angelical.
Sus ojos de un profundo color azul me
miraban fijamente, y sus frágiles labios, que a pesar de estar
amoratados por el frío, parecían sensuales y cálidos, esbozaron una
sonrisa.
Ante tal visión de hermosura, mis
temores se desvanecieron de inmediato y abrí la ventanilla
ligeramente.
- ¿Qué haces ahí sola? - Pregunté.
- Estaba haciendo autostop en la
carretera y al comenzar la lluvia vine aquí en busca de algún lugar
donde guarecerme hasta que pase la tormenta- Me explicó ella mientras
sus labios temblaban por el frío.
- ¿Hacía donde vas?- La interrogué
de nuevo con sincera curiosidad.
- Voy a León- Me respondió
escuetamente.
- Casualmente yo me dirijo allí
también, sube si quieres- La invite apiadado de su situación.
Quite el seguro de la puerta del
acompañante y con un leve empujón la abrí, permitiéndola así
acceder al interior, sin darme siquiera cuenta de recoger el teléfono
móvil que había arrojado sobre el asiento.
La joven entró y se sentó dándome
inmediatamente las gracias, sin advertir tampoco el celular.
Yo estaba boquiabierto observando su
curvilíneo contorno, por lo que apenas pude farfullar algo así como
un "De nada".
Mis ojos se negaban a apartarse de
aquel cuerpo, llevaba una minifalda que dejaba al descubierto unos
bien torneados y excitantes muslos, y su blusa, empapada por el agua,
remarcaba unos duros y turgentes pezones, pues al parecer no usaba
sujetador. En aquellos momentos me vi lanzándome sobre ella y
chupando aquella deliciosa parte de su cuerpo, relamiendo y mordiendo
aquellos sugerentes bultos, pero logré recuperar la compostura y la
pregunté como se llamaba. Extrañamente ella se quedo pensativa, como
si no recordara su nombre, (entonces pensé que iba a darme uno falso,
pero ahora comprendo que realmente no recordaba como se llamaba).
-Angela- respondió tras unos
segundos de reflexión.
(-Muy adecuado para un ángel cómo tú-
pense yo para mis adentros ).
- Yo me llamo Pedro- la informé
mientras ponía el coche en marcha.
Antes tenía miedo a la tormenta
porque me encontraba sólo, pero ahora acompañado por Angela me sentía
a salvo y seguro y decidí retomar mi camino.
Encendido el contacto me fijé en el
reloj, eran las doce de la noche, habían transcurrido apenas quince
minutos desde que había conseguido dormirme, pero a mí me parecía
que habían pasado horas desde entonces.
-Espera un poco, me atemoriza viajar
bajo los relámpagos- Me rogó Angela.
- Lo siento, pero he perdido mucho
tiempo y me esperan en una reunión muy importante- La expliqué.
- Por faaavooor - Me suplicó
moviendo las piernas en un infantil arrebato, en un último intento de
retenerme a toda costa.
Mi mirada se volvió a clavar en sus
muslos, la falda con aquel pataleo se había subido ligeramente
dejando
al descubierto unas blanquitas bragas.
Forcé a mis ojos a girarse y a mi
mente a alejarse de los lujuriosos pensamientos que estaba
concibiendo, recordándome a mi mismo que probablemente de la reunión
celebrada aquella noche dependía mi futuro.
Haciendo caso omiso de las
insinuaciones de Angela, metí la primera y aceleré, llegando
segundos después
a la carretera principal.
Media hora más tarde dejábamos atrás
el pueblo de La Robla acercándonos a nuestro destino.
Mantuvimos durante el camino una
conversación intrascendente y falta de sentido, cambiando
constantemente de un tema a otro. (Al parecer ambos teníamos secretos
que era mejor dejar ocultos, pues varias veces intenté interrogarla
sobre su vida y su pasado. Ya sabéis, con preguntas cómo: ¿Estas
casada?, ¿de donde eres?, etc...: y siempre recibía silencio por
respuesta, lo mismo hacía yo cuando ella preguntaba sobre mi pasado,
yo no deseaba hurgar en viejas heridas, pero Angela parecía conocer
mi vida anterior mejor que yo, y eso me asustaba. En una de las
ocasiones que el tema de conversación versaba sobre el incipiente
aumento de divorcios en nuestra sociedad actual, ella me preguntó: -¿Y
tú por qué te divorciaste?-.
A cuya situación en absoluto yo me
había referido a lo largo del debate, me alarmé mucho y la inquirí:
-¿Cómo sabes que estoy divorciado si no te lo he dicho?-.
- Por la marca que te ha dejado la
alianza en tú anular izquierdo- me replicó.
Y preguntas cómo esta, a las que
siempre encontraba alguna explicación lógica que responderme, les
podría referir decenas, y ante todas ellas yo me limitaba a
contestarlas con silencio o cambiando de tema)
El coche circulaba a ciento cincuenta
kilómetros por hora, y mis ojos se seguían desviando frecuentemente
hacía aquel pequeño triángulo formado entre sus muslos, y
escasamente tapado por sus braguitas.
Habíamos pasado lo que antaño fuera
la fuente de la Copona, y nos adentrábamos por fin en las cercanías
de León. Y la tentación de deslizar una de mis manos por sus muslos,
y acariciar aquel deseado triángulo de deseo fue ya incontenible.
Quité la mano derecha del volante y la bajé hasta el borde de su
falda, ella me miró y sonrió, la lluvia continuaba su repiqueteo
sobre el cristal, mis dedos alcanzaron su objetivo, sobando dulcemente
el contenido de las braguitas.
Súbitamente noté como mi mano
desaparecía por entero en su interior hasta la muñeca, (parecía cómo
si una enorme boca me la hubiese tragado), y percibí como un viscoso
líquido recorría el anverso de mi mano. Sorprendido y asustado retiré
inmediatamente la mano, y la examiné detenidamente bajo la luz de un
relámpago, estaba completamente recubierta de sangre y trozos de vísceras.
Sin embargo, curiosamente, sus bragas seguían impolutamente
inmaculadas, entonces no aguanté más y un desgarrador grito salió
de
mi garganta.
En esos momentos el coche ascendía
la cuesta de la carretera de Asturias que daba acceso a la ciudad,
y
en cuya cumbre existe una gasolinera.
Mire acongojado a Angela, pero ella
se encogió de hombros y me dijo: - ¡Cuidado!, en ese cambio de
rasante me maté yo hace diez años en un accidente de tráfico, un
camión se cruzó en la carretera y no lo pude evitar, ahora otro
trailer te está esperando a ti -. Un nuevo relámpago iluminó sus
labios al pronunciar la última palabra (ti, ti, ti ...) y cuando su
resplandor se hubo extinguido, Angela había desaparecido con él.
Me quede absorto, pero me encontraba
ya coronando la cuesta y efectivamente un enorme camión bloqueaba la
carretera, calculé la posibilidad de frenar, pero a pesar de los
excelentes frenos que poseía mi coche estaba demasiado cerca para
lograrlo, viré el volante con todas mis fuerzas, y conseguí esquivar
la cabina del camión por unos escasos centímetros, intenté
recuperar el dominio del coche enderezando la dirección, pero era muy
tarde.
Mi automóvil patinó en el mojado
asfalto y cayó a la cuneta dando varias vueltas de campana, yo me
golpeé con el salpicadero en la cabeza y quedé inconsciente.
Desperté de un coma profundo quince
días después, mis recuerdos de aquella noche eran vagos al
principio, pero hora tras hora resurgían en mi mente retazos de lo
sucedido.
Me pregunté en muchas ocasiones
durante aquel día, si todo no habría sido un sueño dentro del coma,
pero por la noche, uno de los enfermeros me rajo las pertenencias que
se habían conseguido salvar del amasijo de hierros en que se había
convertido mi coche antes de llevarlo al desguace.
Entre cintas de cassette y efectos
personales, se hallaba mi pequeño teléfono móvil, y estaba
enteramente recubierto de sangre y trozos de carne putrefacta.
Mande que hicieran un análisis de
sangre de los aquellos restos, argumentando que me parecía que
antes
de sucederme el accidente había recogido a una autoestopista en la
carretera, que se podía haber dado
a la fuga tras volcar para evitarse problemas, y quería asegurarme
que no hubiese resultado herida.
La historia les convenció y
realizaron el análisis, el resultado del mismo sorprendió tanto a
los médicos como a mí. En efecto se trataban de restos humanos, y no
concordaban con mi grupo sanguíneo, pero lo extraño era que no
pertenecían a ningún grupo sanguíneo conocido, nunca se había
hallado nada semejante en todo el mundo, según me informaron después
los doctores. Entonces creí...
Días más tarde, salido del
hospital, me encamine a la hemeroteca de la biblioteca pública de León
e investigue un accidente ocurrido hacía diez años en el mismo lugar
que el mío, tras arduas horas de búsqueda halle por fin el nombre y
apellidos de aquella mujer, se llamaba Nuria Carso.
Encontrada la información que
buscaba, cogí un taxi y le indiqué que me acercara hasta el
cementerio de Puente Castro, donde según había leído estaba
enterrada mi salvadora, a su entrada compré una docena de rosas, y
pregunté en la oficina del cementerio donde podía hallar la tumba,
un amable enterrador busco en los ficheros, y por fin me dio las
indicaciones necesarias para llegar hasta la tumba.
Era una tumba sencilla con una pequeña
cruz de mármol elevándose sobre la lapida en la que se podía leer
"Nuria Carso 1967-1990" e incrustada al lado de esta
inscripción una pequeña fotografía en blanco y negro que reflejaba
el rostro angelical de la fallecida.
Coloqué las flores junto a su
retrato, y agachándome acerqué los labios a la foto dándola un
sonoro beso.
Después rompí a llorar sobre la fría
losa que ocultaba su bello cuerpo.
Yo pensaba que aquella reunión con
importantes hombres de negocios cambiaría mi vida, pero ahora se con
certeza que quien realmente me dio una segunda oportunidad de vivir
fue una chica de tersa y delicada piel llamada, (para mi siempre será
su verdadero nombre), Angela.
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