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Relato sobre León

    

Autor: Fernando Guerrero Martínez
 
Nuestra ciudad, ha sufrido diversas penas y alegrías, pero principalmente ha cambiado. Desde tiempos inmemorables, unos peculiares personajes están viendo, y en algunos casos sintiendo, esta profunda transformación. Así que, con papel y bolígrafo en mano, decidí interrogarles al respecto. 
Mi primer objetivo me llevó, bordeando las antiguas murallas romanas, hasta la única puerta de la 
antigua ciudad de León que todavía queda en pie y que data del siglo XVIII: el Arco de la Cárcel o 
Puerta Castillo. Sobre ella se erige el motivo de mi visita , una olvidada figura, la cual representa a 
Don Pelayo. Desde allí dominaba con su vista la plaza del Espolón, y buena parte de la avenida San Mamés, eso, por supuesto antes de que viendo tantas novedades perdiera la cabeza.

-¿Hola?- Pregunté sin grandes esperanzas de que me respondiera, por su falta de "mollera".
-Hola- respondió una voz grave y atronadora procedente del lado izquierdo de su pecho.
-Buenas tardes, Don Pelayo. Mire, estoy redactando un breve informe de lo que los monumentos de nuestra ciudad piensan sobre los cambios realizados en ella. ¿Me podría ayudar?.
-Sí- volvió a resonar aquella voz.;
-¿Qué opinión tiene usted al respecto?-indagué.
-Bueno, le diré que en un primer momento me agradó mucho la peatonalización del barrio que hay 
a mis espaldas, porque me habían evitado los malos humos de esas máquinas infernales que vosotros llamáis coches, que desfilaban sin cesar por debajo de mí, pero tras unos meses comprobé que la 
cosa seguía igual o peor; (-cof,cof,cof-),perdón es ésta horrorosa contaminación. Como le iba diciendo, cada día pasa más tráfico por la plaza del Espolón, y aunque ya no me afecta directamente, el humo sigue llegando hasta aquí.
-Hummm... puede que ahora vengan más coches porque les han cortado el acceso por la Catedral
-le interrumpí- ¿qué piensa de ello?
-Ejem..., yo no es que tenga celos, ni nada de eso, pero tanto que se preocupan por ella, y a mí 
todavía no me han devuelto mi cabeza.
-Cambiando de tema, habrá visto usted muchas cosas en el pasado ¿verdad?, ¿me podría contar 
alguna anécdota?.
-¡UY!, ¡el pasado!, pues no sabría por donde empezar, tengo ya muchos años, pero por ejemplo, 
cuando giraba el cuello a mi izquierda, en aquel edificio de allí, he podido ver como las jóvenes 
madres abandonaban a los bebes que no podían mantener, o también más recientemente, tuve 
que hacer de guardián imperturbable de la antigua cárcel de León, o todos los entierros del genarín 
que he podido disfrutar desde aquí, en uno de los cuales, desgraciadamente, se mató un chico, o.........................
-Creo que ya tengo bastantes datos, muchas gracias Don Pelayo.-le corté, antes de que siguiera recordando viejos tiempos, ya que tenía un poco de prisa, y ¡menudo es Don Pelayo cuando le dan cuerda!.
-De nada, vuelve cuando quieras, hace tanto que nadie me escucha....

Tras despedirme y prometerle que otro día pasaría a conversar con él, atravesé el barrio de Santa 
Marina y la calle Cardenal Landázuri, llegando hasta la fachada principal de la joya de León, 
La Pulchra Leonina, el mayor representante del arte gótico de ésta ciudad, comenzada en el año 1225: 
la Catedral.
-¿Me puede oír alguien?- Pregunté alzando la voz, sin saber a quién podía dirigirme en aquel lugar.
- Sí, aquí arriba-me contestaron unas voces pertenecientes a dos pequeñas figurillas situadas un 
poco por debajo del gran rosetón central, y custodiándole a ambos lados del mismo, que en el pasado hacían la función de verter al suelo el agua que llevaban los canalones, llamadas gárgolas. Una vez concluido el protocolo de saludos, les expuse lo que estaba haciendo, y ellas se prestaron encantadas 
a ayudarme.
-¿Qué pensáis de las innovaciones que han hecho en vuestro entorno?.
- Están muy bien; ahora, por fin, podemos respirar aire puro, ¡ahhhh!- exclamó ilusionada la situada 
a mi izquierda- nunca nos habíamos encontrado rodeadas de tanta belleza, no digo que antes nuestros alrededores no fueran bonitos, ni alegres, teníamos enfrente un jardincito y todo.-Sin embargo, 
-continuó la que se encontraba a mi derecha- ni punto de comparación con lo nuevo, sin la 
contaminación (que por cierto ya nos estaba destrozando, ¡suerte que se han dado cuenta a tiempo!), 
y una enorme plaza con estatuas a nuestros pies, donde muchos niños vienen a jugar por las tardes. 
De verdad que estamos muy contentas.
-¿Sabíais que bajando hacia la avenida de Los Cubos por la fachada que da a la Calle Ancha, han encontrado restos arqueológicos, verdad?-inquirí.
-Sí,-afirmó la gárgola que había hablado antes- por supuesto, nos encantaba oír a la gente hablar de 
ese tema tan controvertido.
Muchos pensaban que eran las ruinas de la antigua y lastimosamente derribada Puerta Obispo, del 
siglo trece, pero nosotras que sabemos muy bien donde ponemos los pies,-ejem- quiero decir los cimientos, conocíamos perfectamente que el origen de los restos eran más remotos, pertenecían a 
las termas romanas.
-Y menos mal- le atajó la otra-que por una vez han decidido conservarlas, y no ha pasado lo que hemos oído que ocurrió con otras excavaciones que siendo vitales para el conocimiento de los orígenes de León ,fueron sepultadas en pro de unos edificios..........-
-Siento interrumpir, pero me gustaría hacerles otra pregunta y se me acaba el tiempo.
-Usted dirá- me respondieron ambas al unísono.
-Pues....... quería saber si me podrían contar algún hecho o acontecimiento que hayan vislumbrado en su historia.
-Uy, tenemos miles de relatos que narrarle; lo que haremos será contarle una cada una de nosotras- volvieron hablar las dos al unísono con voz entusiasmada formando un armónico coro.
-Empezaré yo- declaró la gárgola emplazada a mi derecha-.Mire, desde aquel edificio que hace esquina allí, se enviaban cartas a todo el mundo.
-¿Quiere decir que era la oficina de correos?-sugerí .
-Exacto, eso era-respondió.
-¡Bah!, esa es una historia con muy poca gracia-interrumpió la otra-. Yo tengo otra mucho mejor-continuó-. Una vez vinieron a rodar una película aquí y vimos como se tiraba un cura desde lo alto de la Catedral.
-¡Ah! Se refiere a la película del Filandón-exclamé-; la vi de pequeño y me encantó, pero no era un cura de verdad, sólo un muñeco que lo imitaba.
- ¡Pues a nosotras nos pareció de verdad!, ¡menudo susto nos llevamos!-contestaron nuevamente las gárgolas.
-¡Anda!, me he acordado de otra historia , y ésta le aseguro que sí es terrible –me espetó la primera que me había hablado. -Resulta, que en una ocasión, un tipo que no debía de estar muy cuerdo, creyéndose perseguido por unos vampiros, lanzó una piedra contra una de las vidrieras de la Catedral, alegando que era la única forma que tenía de salvarse de aquella persecución.¡Menos mal que los habilidosos vidrieros consiguieron repararla!.
- Sí, esa es muy buena, pero comparada con la que voy a contar yo....-replicó la segunda-. Fue el año que inauguraron el reloj que hay un poco por debajo de nosotras; ese año vino muchísima gente a oír las campanadas de nochevieja aquí, y poder comer las uvas, pero llegaron las doce y resulta que al final no se oyó nada de nada; el desenlace fue dantesco: la multitud empezó a abuchear y silbar, y tenían una cara de mosqueo..... ¡Suerte que al final, el Ayuntamiento repartió las famosas sopas de ajo, y el cabreo se les fue pasando, ¡que sino....!.-
- ¡Uf!, ya me acuerdo yo también, vaya mosqueo que se cogieron- confirmó la otra gárgola-.
-¿Pero, recuerdas tú la vez que tuvieron que venir los bomberos a desalojar todos los nidos de cigueña que había, porque temían que hundiesen el techo de la catedral?-la preguntó a su compañera .
-¡Es verdad!, y aquella otra que......-contestó ésta.
-Un momento-Exclamé yo, mirando el reloj- tengo que marcharme , se me echa el tiempo encima.
-¡Lástima!, ahora que empezábamos a recordar viejos tiempos- dijeron a dúo.

Encaminé mis pasos, bajando por la calle Ancha hacia San Isidoro, representante del arte románico del siglo XI de León. Buscando alguna figura que me pudiera contar sucesos ocurridos en aquel lugar, alcé la vista y lo hallé, sobre una alta torre se alzaba un dorado gallo ,que enseguida llamó mi atención.
-Hola- le saludé;
-Hola chico- me respondió.
-¿Le podría hacer unas preguntas?.
-De momento no tengo nada mejor que hacer, así que adelante-dijo, con un cierto aire de arrogancia.
-Desde ahí podrá mirar gran parte de la ciudad, ¿no?
-Sí- replicó escuetamente.
-¿ Y me contaría cómo le ha repercutido que hayan peatonalizado la calle?
-A mí, eso no me ha afectado para nada, pero me consta que las piedras de esta maravillosa basílica lo agradecerán bastante, después de varios años aguantando el destructivo vapor de los coches, por lo que supongo que debo de estar contento.
-¿ Y alguna narración o leyenda de este lugar no me dirá?
-Bueno, han circundado rumores sobre si yo estaba hecho de oro o no.
-¿Y está hecho de oro?
-¡No!, pero ¿qué te crees, que los franceses después de saquear la basílica me hubieran dejado aquí si fuera de oro.......?.pero, espera, se me acaba de venir a la mente una historia verídica precisamente del expolio de los francos. Trata sobre una ilustre y bondadosa señora llamada Sancha, hija de la reina Doña Urraca, que era muy debota a San Isidoro, por lo cual pasaba su vida ayudando a los pobres y fundando monasterios; al morir, su cuerpo incorrupto, fue enterrado en uno de los sepulcros de esta basílica, pero, llegaron los franceses y profanaron San Isidoro, instalando un cuartel de la guarnición de los dragones, y convirtiendo este santo lugar en un burdo almacén, y establos de caballeriza, saquearon todo lo que pudieron y exhumaron todos los cadáveres de ilustres personas, que había aquí enterrados, rompiendo todas las tapas de las tumbas. ¡Suerte que el de Doña Sancha, ya se encontraba en un lugar seguro, lejos de las groseras manos de los saqueadores!.Pero, pasada la intromisión francesa, y rehabilitado el santuario, Doña Sancha, volvió a ocupar su lugar en un sepulcro al descubierto, debido a la falta de la cobertura y desnuda, fruto de la ausencia de ropas. Al enterarse la Diputación Provincial de la inminente visita de la reina Isabel segunda, mandó construir para Doña Sancha una urna de nogal y cristal viselado, y cubrir parte de su desnudez con una tela de damasco. Al verla así, tan desvalida y poco cubierta, la reina Isabel segunda, prometió que enviaría un manto junto con un cetro y una corona, para honrar a su antepasada. Al cabo de unos años, exactamente en 1867, cumplió su promesa, enviando manto, cetro y corona, con los que fueron cubiertos el cuerpo semidesnudo de Doña Sancha. Pasado el tiempo, destronada Isabel segunda, llegó a España el gobernador civil Don Tomás de Aquino Arderius Martínez, cuya mujer se encaprichó del bello manto, la corona y el cetro; y dicho y hecho, el abad con lágrimas en los ojos tuvo que entregarles todas estas cosas. Nunca más se volvió a saber de los objetos, que aquella mujer se llevó. Y el desnudo cuerpo de Doña Sancha volvió a su antiguo sepulcro.

Me despedí del engreído gallo, dándole las gracias por su información y empecé a andar hacia mi próxima visita, San Marcos, el edificio plateresco por excelencia de esta ciudad, construido en el siglo XVI. Una vez llegué allí, conseguí entablar conversación con uno de los regordetes rostros de los angelotes que hay esculpidos en la fachada. Tras las rutinarias palabras de cortesía, le insté a contarme cómo se sentía con la remodelada plaza.
-Por fin nos tratan a la altura de nuestra categoría-me resumió el ángel- ahora, tenemos fuentes y una plaza enorme, donde podemos observar a la gente paseando y a los pequeños jugando por la tarde. Y también respiramos aire celestial, alejados ya del dañino monóxido de carbono. Al preguntarles por las ya consabidas anécdotas, me contestaron lo siguiente:
-¡Imagínese!, estamos incrustados en la pared de un hostal de lujo, hemos visto muchísima gente importante, reuniones, etc..., pero desgraciadamente no lepodemos contar nada, ¡secreto profesional!; lo que sí voy a relatarle son unas historias antiguas pero muy interesantes: hace muchos años, estuvo preso aquí uno de los grandes personajes de nuestro país, el escritor Francisco de Quevedo; al principio le trataron más o menos bien, dentro de su encierro, pero transcurridos unos días, le trasladaron a un oscuro y frío sótano, en el que la humedad corroía los huesos como si fuera ácido; tiempo después le liberaron, pero aquel perverso encarcelamiento, melló tanto su salud, que poco tiempo después murió.
El otro relato trata sobre la falsa creencia de la gente de que en las peanas que hay sobre nosotros, se hallaban unas estátuas de bronce que robaron los franceses para hacer cañones, y eso es mentira; cierto es que han cometido auténticas barbaridades con otras reliquias, (como nos consta que sucedió en San Isidoro), pero yo puedo afirmar que el cargo de conciencia de haber robado las figuras de esta fachada no puede pesar sobre su cabeza, ya que las susodichas esculturas nunca fueron hechas.-

Tras escuchar estas interesantes historias, me despedí del simpático angelote, y me dirigí hacía mi último destino de la jornada, Guzmán el Bueno.
-Buenas noches- dije a aquella imponente figura;
-Buenas noches- me respondió, con voz melancólica.
-Estoy haciendo un breve manuscrito sobre lo que opinan los monumentos de la renovación de la ciudad, y pensaba que me podría contar algo sobre Ordoño segundo
-He observado muchos cambios ciertamente,-me comentó- entre ellos, la construcción del moderno aparcamiento subterráneo de la calle que hay a mis espaldas, o el paso de doble dirección de circulación de vehículos a única dirección, pero estoy demasiado triste para pensar en ello.
-¿Y eso por qué?-le interrogué con sincero interés.
-Porque tras defender valientemente la plaza de Trafalgar en mis tiempos mozos, cuando por fin son reconocidos mis méritos y hacen esta estatua en conmemoración de mis hazañas, la colocan en la posición justa, para que con mi dedo señale el camino de salida a los cientos de muchachos que se marchan de ésta, mi tierra, a buscar trabajo, y que yo no puedo retener-me dijo claramente emocionado , mientras una pequeña lágrima de latón resbalaba por su mejilla.
Yo me marché disimuladamente, para dejarle desahogarse agusto.
A ustedes les dejo con una pequeña reflexión: Si hacemos mal a nuestros monumentos estamos matando una parte importante de nuestro pasado y nuestra cultura, y probablemente contarán historias nefastas de nosotros a quien en el futuro quiera escucharles.





 

 

 

 

 

 
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