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 El trigo y mis recuerdos
 

   

Autor: Isaías Martínez Matilla
 
Mi padre era un enamorado del trigo, para él era la vida, era esperanza, nueva cosecha. Todo lo que escriba en estas líneas lo aprendí por su boca y sus obras.
Ha llegado el mes de noviembre. Es época de sementera, la tierra esta preparada. Mi padre ha sacado varias medidas de cuartal de los sacos que tenía reservados para la siembra, los ha rociado con una infusión azulada de agua y piedralipe, como queriendo apartar todo mal para que la cosecha sea abundante.
El grano que se tira a la tierra primero es un tallo débil con unas raíces profundas que soportará las heladas y las nieves del invierno. En la primavera tallo y espiga verde habrán alcanzado gran altura y llegado el verano caña y espiga tomarán un color dorado, anunciando que la recolección se acerca.
Los segadores con guadaña al hombro, capacho colgado a la cintura con agua y piedra de afilar.
El mas experto se pone en cabeza, los otros le siguen a una pequeña distancia. El ra-ra-ra de las guadañas comienza a sonar de una forma monótona. Le siguen las apañadoras con sus cuerpos encorvados hasta besar el suelo, recogiendo el marallo y dejando la mies en gavillas.

MEDA. Quintanilla de Yuso.                                                Foto Miguel Sánchez y Puri Lozano.

La faena ha comenzado temprano y es la hora de hacer un descanso. Ha llegado el desayuno, barreñón grande con sopas de ajo, huevos escaldados y chorizos encallados. Segadores y apañadoras compartirán el desayuno introduciendo su cuchara en el mismo recipiente.
Transporte de la mies a la era, carro con pernillas de tres metros de altura, dos grandes sogas de pita que amarrarán la voluminosa carga por la parte delantera y trasera.
La trilla, mucho sol, mucho sudor, trillo grande arrastrado por la pareja de bueyes que llegada la siesta irán con paso cansino, sacando sus lenguas. 

Trillo pequeño tirado por el caballo. Por la mañana trotará por la era, pero a la tarde su paso será lento.
Medas de trigo que pasados los días se habrán convertido en parvas esperando el viento fresco del norte para separar el trigo de la paja, esperando los tan deseados vientos al menos para el día de la Asunción o el de San Roque. El trigo a la panera, la paja a los pajares.
El trigo fue el que por primera vez me llevó a ver un molino, salto de agua cristalina que cae desde lo alto de una turbina que hace que las piedras giren al tiempo que, el trigo que anteriormente ha echado el molinero en una tolva de madera, cae en las piedras. Para un lado sale el salvado, será para pienso para el ganando. Por otro una harina blanca, será para elaborar el pan de la familia. El molinero cobrara su sueldo con la maquila, es decir, quedándose un tanto por ciento del trigo que ha molido.

Trillando en la era.                                                              Foto de Rosa Boj Fernández. Donillas de Cepeda.

Lo narrado hasta el momento se puede decir que es parte de una celebración religiosa cuyo final tendrá lugar en el santuario que describiré a continuación.
Hemos llegado a la cocina del humo de la casa. Aquí tendrá lugar la gran eucaristía, paredes negras relucientes por los años recogiendo los humos, masera grande, en ella tenemos preparado harina, hurmiento, sal y agua. Oficiantes de esta celebración mi padre y mi madre, testigos, las calderas de cobre colgadas de las espreganzas, la trébedes, cazuelas de barro y de perigüela y pala de madera de mango largo para meter las hogazas al horno.
Las manos ásperas de mi padre serán acariciadas por la suavidad de la harina cuando meta sus manos en la masera. 

Mi padre seguirá trabajando estos cuatro elementos hasta conseguir una masa compacta. Mi madre cubrirá con una sábana blanca y la dejará descansar hasta que fermente. Los haces de urdes y vides esperan su turno para ser introducidos en el horno para que llegue a la temperatura necesaria para la cocción del pan. Mientras mi padre hace este trabajo, mi madre prepara con la masa las doce hogazas y las tres tortas, una vez el horno barrido con una especie de escobón hecho con ramos verdes, mi padre introduce las hogazas que madre pone en la pala del horno.
Ha llegado el momento de sentarse un poco esperando la cocción del pan.
Mis padres, dos personas de una gran religiosidad y fe cristiana, convertida en obras en la vida real, compartirán el amasado que se hace con los pobres que llamen a la puerta y con alguna familia necesitada, además de fiar trigo a los labradores que lo soliciten para la siembra.
El gran momento ha llegado, mis padres se sentarán en un banco rústico que hay en la cocina, empezarán los rezos, unas oraciones, unos padrenuestros por todos los difuntos de la familia. En estas oraciones ponen todos sus trabajos, todas sus alegrías y también todos sus deseos para que la cosecha sea abundante y se pueda seguir celebrando el milagro.
Terminadas las oraciones, compartirán en una cazuela de barro una sopa de pan y vino que será el final de 
la celebración.
Seguir, seguir sentados, compartiendo vuestro pan y vino en la tartera de barro.

Campo de trigo.                                                                   Foto: Ángel García Campo. Donillas.







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